Todas las personas buscamos estar bien, tener un mínimo de felicidad y tranquilidad en nuestro día a día. Si está ese monto necesario, que alimenta nuestro depósito de neurotransmisores favorecedores de energía y ánimo, ya estamos satisfechos/as. Además, cuando podemos proveerlo a los/las otros/as, el circuito empático nos potencia aún más.
Pero sucede que las circunstancias sistémicas de una variedad importante de sectores de la sociedad, están sometidos a un distrés (estrés tóxico) que inhibe esa tan necesaria ducha química que nuestro cerebro produce para mantenernos activos y vitales. Aquí aparece el burnout (trabajador/a quemado/a), como síndrome de una sociedad que impulsa a las personas a habitar entre objetivos inalcanzables de acuerdo al contexto.
Los docentes son un grupo que está expuesto mayormente a este síndrome. Y se sumó el bendito Covid, de la vivencia conflictiva en las aulas con la generación post-dosmil, pasaron a sobre-trabajar desde casa y a construir a la carrera, una vía pedagógica telemática para lo cual estaban preparadas/os a medias o a cuartos.
¿Cómo mantiene un/a docente su salud emocional y psicológica en estas circunstancias? ¿Cómo compatibiliza su hogar y el trabajo? ¿Quién o quienes le están dando herramientas para acompañar tutorialmente a jóvenes desde el mundo virtual?
Gran tema de nuestro tiempo. ¿A quién se le cobrará la factura por los resultados?
Filipo Pereira
Abraber